ROMA.- En febrero de 2013, cuando Benedicto XVI (2005-2013) había azorado al mundo al presentar su renuncia al trono de Pedro, que estaba a punto de concretarse el 28 del mismo mes, el clima era de conmoción. Se avecinaban la denominada sede vacante y el cónclave para elegir al sucesor de Joseph Ratzinger, pontífice intelectual que había decidido tirar la toalla después de meses marcados por la filtración de una mole ingente de documentos hiper-reservados, robados nada menos que de su escritorio por su fiel mayordomo, Paolo Gabriele.